jueves, 5 de julio de 2012


El verano en que te conocí

«¡Qué nervios, qué nervios!», eran mis primeras vacaciones en la playa y estaba deseando llegar. Estábamos entrando en el aparcamiento del apartamento y ya tenía ganas de bajarme del coche para poder echarle un vistazo al mar… «¡En cuanto aparquemos, me voy a la playa! ¡Volveré a la hora de comer!», «Vale, pero ten cuidado…». Mi madre sabía cuánta ilusión me hacía aquel viaje. Había sido un año difícil, ella no sabía el motivo, pero yo sí. Me había enamorado por primera vez y por primera vez me habían roto el corazón en mil pedazos… Durante unos meses nada había tenido sentido y sólo tenía ganas de llorar, pero ahora ya había pasado, el curso había acabado y yo tenía un largo verano por delante y unas geniales vacaciones en la playa para olvidarme de todo ¡y empezar de nuevo! Corrí unos metros por la arena deseando llegar a la orilla. Y entonces lo vi: ¡¡¡el mar!!! «Increíble…», «Lo es, aunque tu cara al verlo no ha sido menos…», ¿cómo? Me giré para mirar a la voz que había dicho eso y algo se removió dentro de mí… «Hola, me llamo Aritz», Aritz. Nunca había oído ese nombre, pero estaba segura de que no se me iba a olvidar… «Hola, yo me llamo Claudia», ni siquiera sé cómo pude recordar mi nombre teniéndolo delante, Aritz era… ¡Pff! Su piel estaba bronceada y se notaba que llevaba ya algunas semanas allí. Era más alto que yo, moreno y con unos ojos tan azules como el mar que acababa de ver… «Supongo que es la primera vez que vienes a la playa», «Sí, nunca había visto el mar y me hacía mucha ilusión…», «Sí, se ha notado…» Aritz se rió y a mí se me escapó una sonrisa al pensar la cara que debía haber puesto al llegar. «Bueno, Claudia, pues alguien tendrá que enseñarte todo esto… Así que, ¿te apuntas a una excursión por la playa? ¡Prometo que no nos separaremos del mar! ¡Quiero seguir viendo esa cara…!», nos echamos a reír y nos fuimos. La mañana se me pasó volando y, cuando quise darme cuenta, era la hora de ir a comer, «Bueno, tengo que irme ya…», mientras pronunciaba esa frase mi cabeza me gritaba «¡quédate, quédate, quédate!». Y es que las risas y el buen rollo con Aritz me habían devuelto una sensación que hacía mucho que tenía olvidada ¡y no quería separarme de él! «Bueno, pues… si quieres y te aburres, nos vemos esta tarde… Yo estaré por aquí», ¡sí, me estaba diciendo de quedar otra vez por la tarde! Y estaba claro cuál era mi respuesta… Le sonreí y me quedé clavada delante de él, Aritz me devolvió la sonrisa y echó a andar por la playa. Me quedé algo confundida. No es que esperara que se fuera a lanzar a mis brazos, pero algo raro había pasado.Habíamos conectado durante toda la mañana, juntos estábamos genial, pero a la hora de despedirnos… era como si hubiera un muro de cristal entre los dos que nos impedía acercarnos. Muy raro. Me fui dándole vueltas al tema y sonriendo cada vez que recordaba un momento a su lado… Aritz me había devuelto algo en una sola mañana, algo muy importante: mi sonrisa y esas mariposas… Ésas que tuve una vez.


Llevaba ya tres días en la playa y estaba en una nube… Había pasado con Aritz cada minuto libre y había sido increíble. No sólo era guapísimo, sino que era divertido, inteligente y… bueno, ¡era genial! Pero lo mejor no era eso, sino que yo notaba cómo cada vez que estábamos juntos había una magia especial entre nosotros y, por cómo me miraba, creo que él también podía notarlo… Aún así, yo tenía claro que era incapaz de dar un paso adelante, me era completamente imposible, sólo pensar que Aritz pudiera decirme que no ¡me bloqueaba! Lo había pasado tan mal la última vez que me habían hecho daño, que no me veía capaz de volver a repetirlo… Además, estaba «ese problema», sí, la sensación del muro de cristal aún no había desaparecido… Era como si esa fuerza increíble que nos unía se frenara justo cuando estábamos a menos de un centímetro del otro… «Hoy estás muy callada…», Aritz estaba sentado a mi lado y los dos mirábamos las olas del mar ir y venir a nuestros pies… «No, es que el mar me hipnotiza, ya lo sabes…», «Sí…», silencio, otra vez, no me atrevía a mirarle a los ojos, porque en realidad ellos me hipnotizaban mucho más que el mar y cuando se cruzaban en mi camino era incapaz de apartar la mirada… Tenía tantas ganas de rozar su piel y besarle… Sólo de pensarlo, ¡un escalofrío me recorrió todo el cuerpo! «¿Tienes frío?», «No, es que…». Y entonces nos miramos frente a frente… Deseé con todas mis fuerzas que el maldito muro de cristal se rompiera en mil pedazos, igual que mi corazón un tiempo atrás. Deseé con todas mis fuerzas ¡que él sintiera las mismas ganas locas que yo de que nuestros labios se tocaran! Y entonces Aritz acercó sus dedos a mis labios y los acarició suavemente, apoyó su frente sobre la mía y me apartó el pelo de la cara… Le miré a esos ojos tan azules que se habían convertido ya en mi mar particular y… ¡nos besamos! Puedo recordar ahora mismo la sensación que tuve en ese momento, porque jamás había sentido nada parecido… ¡Era algo tan fuerte, tan intenso, tan dulce…! Era algo que no se puede explicar con palabras… «Claudia, yo… Lo siento», «No… ¿por qué? ¿Por qué lo sientes?», «Claudia, yo me iré dentro de una semana y no sé si volveremos a vernos y no quiero enamorarme más de ti y pasarlo mal y ni mucho menos quiero hacerte daño, eso no me lo perdonaría nunca, no te lo mereces…». Ahí estaba mi respuesta, la respuesta al muro que existía entre nosotros: ¡el miedo a sufrir de nuevo! Las ideas se chocaban en mi cabeza una y otra vez, había vivido el momento más feliz de mi vida al besarle y en un segundo estaba viviendo el momento más horrible y ¡no quería separarme de él! «Aritz, yo quiero estar contigo y… me da igual que tengas que irte, encontraremos la manera de solucionarlo, pero no puedo imaginarme ni un minuto más contigo a mi lado sin poder besarte…», Aritz me abrazó y la tarde se llenó de besos hasta que la luna iluminó el mar…


El resto de los días fueron inolvidables, casi lo recuerdo como si fuera un sueño… Besos y paseos por la playa, risas, juegos , secretos compartidos y recuerdos imborrables… Pero llegó el momento del adiós… «No quiero que esto se acabe…», Aritz clavaba sus ojos en los míos… Yo intentaba grabar cada momento en mi memoria para poder repetirlo hasta que volviéramos a vernos… 

Unos meses después, en mi instituto representamos una obra de teatro basada en mi verano con Aritz. La obra terminada con una frase que resumía todo el verano y mis sentimientos por Aritz, y era: «Aritz, pase lo que pase, jamás olvidaré…», «El verano en que te conocí…». ¡Esa voz…! Alguien acababa de terminar mi frase de la obra , poco a poco miro al publico para saber quien había terminado mi frase. Y casi ni se me escapan las lagrimas al descubrir de nuevo esa mirada entre la gente del teatro. Delante de mí, unos ojos tan azules como el mar se clavan en los míos… ¡Aritz!

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